13. Orientación: psicología, filosofía y anomalía
La figura del orientador se ha vuelto un elemento importante en el funcionamiento tanto de colegios como de institutos. Lógicamente, el orientador no actúa sólo. Los tutores y profesores son sus ojos y sus oídos, y depende de ellos para llevar a cabo su labor de forma satisfactoria.
El orientador es quien interviene y soluciona, pero la identificación del problema debe llevarse a cabo por los profesores, en especial los tutores, en una cadena de relevos que permita optimizar los recursos humanos y dar respuesta, en la medida de lo posible, a los problemas de un alumno que afectan a su rendimiento en el aula, pero que se sitúan fuera de la clase.
El orientador, curiosamente, actúa de forma análoga a como el psiquiatra lo hacía en los antiguos manicomios. Él encarna a la vez la verdad y el poder, pero solo puede ejercer este poder a través del sistema de relevos que completan los profesores, y solo en tanto que estos actúan como sus órganos, como una prolongación de su cuerpo, para acudir a él en busca de la respuesta que escapa al aula, solo en virtud de ser aquel a quien los profesores y tutores trasladan el problema en calidad de experto, solo así se convierte en portador de verdad. De igual forma que el psiquiatra solo podía ejercer el poder a través del sistema de relevos que le permitían establecer enfermeros, asistentes y vigilantes, y solo como figura a la que ha de llevarse la información para que establezca un diagnóstico y una cura, es como consigue representarse como portador de verdad. Los profesores son, por tanto, justificación de la verdad del orientador, y el instrumento para ejercer su poder.
La psiquiatrización de la infancia, el descubrimiento de los débiles mentales (idiotas y retrasados) como germen de la anomalía (concepto clave en la extensión de la psiquiatría fuera del manicomio) que estableció con sus estudios Eduard Seguin, permitió a la psiquiatría colonizar la infancia. Al sacar a los débiles mentales del catálogo de la enfermedad mental, pero introducirlos en la noción de anomalía, la psiquiatría consigue extenderse a todos los sistemas disciplinarios sociales (la fábrica, la delincuencia, en definitiva, la sociedad en todos su derroteros).
Por lo tanto, la extensión de la psiquiatría a otros sistemas disciplinarios se produce por el lado del niño y no por el del adulto. No se da una generalización del concepto de enfermedad, sino una introducción de la psiquiatría en cualquier régimen disciplinario a través de su confiscación de la anomalía. Y esta noción de anomalía nace a partir del niño idiota, y no del adulto loco.
Nos surge entonces la pregunta de si el orientador es un elemento necesario para el niño o para la psiquiatría. Si realmente el niño necesita que le orienten, o la psiquiatría (y la psicología) necesitan mantener su lugar como policía de la anomalía, mecanismo que se inicia en la escuela.
La orientación como institución educativa puede resultar útil, pero no hay que perder de vista que la misión principal de un orientador es discriminar entre lo normal y lo anormal, entre la normalidad y lo que se desvía de la norma, entre el niño para el cual la escuela funciona como sistema de disciplina y normalización, y el niño que necesita nuevos mecanismos que le saquen de la anomalía, que le devuelvan a la normalidad.
Quizá se me acuse de un cierto "chovinismo" intelectual, pero la filosofía puede ayudar a los niños a que sean ellos mismos quienes se orienten. La psiquiatría y la psicología han usurpado a la filosofía el lugar que le corresponde. La filosofía es la ciencia capaz de darnos las herramientas para comprendernos, comprender nuestros límites, nuestras condiciones y circunstancias, para ser, en definitiva, nuestra antorcha en la oscuridad de la incertidumbre vital. La filosofía es, metafóricamente, aquella enseñanza de Jesús, que rezaba: no des a un hombre pescado, enséñale a pescar. La filosofía no te enseña el camino correcto, te enseña a tropezar, a saltar obstáculos, a no desesperar cuando te pierdas, a seguir intentándolo, y sobre todo a que el camino que recorras sea un aprendizaje constante. El orientador se convierte en un elemento de guía tal, que su ausencia significa automáticamente la pérdida del orientado.
La psiquiatría enseña la respuesta, la filosofía enseña como hacer las preguntas adecuadas. Es como el oráculo de Delfos: ni dice ni oculta, sino que da señales.
Y después de este excursos sobre el lugar de la filosofía y la psicología, relajemos el tono con otro capítulo de productos hortícolas.
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