16. Lo digital y lo analógico

En esta entrada vamos a hacer una breve reflexión sobre la dicotomía (dicotomía occidental, como todas). En buena obra no tendrían por qué ser instrumentos antagónicos, pero de facto lo son. 
Es obvio que lo digital poco a poco va destronando a cualquier instrumento analógico. Sin embargo, es difícil jugar a adivino y apostar por un futuro desierto de cualquier aparato analógico, pronosticar su vuelta o aventurar una tendencia en una sociedad que vive en constante revolución y eterna amenaza de extinción.
Lo que me gustaría hoy hacer en esta entrada es más bien otro tipo de reflexión. Me parece más interesante pensar acerca de si lo analógico es algo que conviene al ser humano más que lo digital, dejado aparte la futurología y la cuestión de qué mundo nos espera mañana.
Desde luego, las nuevas generaciones nacen con lo digital en el ADN. El manejo y conocimiento tecnológico de los jóvenes y niños es asombroso, es incluso abrumador. Por doquier se ven niños de apenas 3 - 4 años que controlar los aparatos digitales como si de una extensión de su cuerpo se tratara. 
Esto puede tener muchas ventajas (supongo que quien aboga por la tecnología podría enumerarlas), pero como todo, produce una serie de problemas que comienzan a ser preocupantes.
Como he prometido una entrada breve y el tema puede ser excelso, voy a centrarme en un par de aspectos que las nuevas generaciones pierden a la vez que se alejan de las maquinarias analógicas, y que forman parte de aspectos fundamentales del desarrollo de los seres humanos.
En primer lugar, la memoria. Que un pequeño móvil almacene una inabarcable cantidad de datos acerca del más insignificante de los temas, y que el acceso a dicha información sea cómodo, fácil e inmediato, hace que las personas estemos cada vez más abocadas a una disminución considerable de nuestra capacidad de memoria. Esto desemboca en que incluso para una conversación con un amigo necesitemos un soporte digital, para una continua consulta de los datos que queremos transmitir pero somos incapaces de retener. 
Esta cultura de la desmemoria hace que en nuestra sociedad solo lo actual tenga cabida, y que cada problema nuevo empuje al anterior al ostracismo, sin que la solución tenga tiempo de aparecer. Todo lo sólido se desvanece en el aire. La reflexión serena y el debate tranquilo se sustituyen por la militancia de las ideas. En la sociedad de la aceleración, no hay tiempo para detenerse en los matices, con lo que es necesario un filtro que permita una discriminación rápida en base a un posicionamiento preconcebido. 
En segundo lugar, las relaciones. El exponencial aumento de la capacidad de la comunicación funciona de forma análoga al crecimiento de la información. Ahora que tenemos el mayor acceso de la historia a la información, es la época que más esclavos de la desinformación produce. Tenemos toda la información a nuestro alcance, pero no hemos desarrollado un pensamiento crítico que nos ayude a tomar la distancia y perspectivas necesarias para seleccionar la información verosímil. Tragamos con todo aquello que nuestro filtro ideológico permite que pase. Sin crítica, sin reflexión, sin cuestionamiento. Del mismo modo funciona la comunicación. Ahora que podemos estar conectados con familia y amigos de todas las partes del mundo en tiempo real, ahora que tenemos una capacidad de comunicación que Alexander Graham Bell no podría haber imaginado, ahora es el momento de mayor incomunicación entre los seres humanos. Niños en un banco sentados, hablando con gente a kilómetros de distancia a través del móvil y sus mecanismos, pero incapaces de cruzar una palabra entre ellos. Cuando estoy con un amigo y está hablando con otro amigo por el móvil siempre me pregunto lo mismo: cuando este amigo está sentado en la terraza de un bar con otro amigo, ¿me estará hablando a mí por el móvil?
Tenemos millones de comunicaciones que no llegan nunca a conversaciones. Hablamos con 10 personas a la vez (hay gente que puede hacer esto) con aplicaciones como guasap, pero en realidad no somos capaces de construir nada parecido a una conversación. Nos quedamos más y más solos en proporción directa al número de personas con los que estamos conectados. Estamos siempre conectados, pero nunca tenemos tiempo para nadie. 
Esta alerta constante a la que nos somete la telefonía actual impide que podamos dedicar la atención y el tiempo necesarios a la persona que tenemos delante. Cuanto más hablamos menos vínculos creamos. Y el concepto de amistad, de compañía, de trato, de cercanía, de relación, se va desvirtuando y deteriorando. Ahora poner un comentario en una red social en un cumpleaños es acordarte de la persona. Podemos hablar todos los días con alguien que está lejos por el guasap, pero si las circunstancias le llevan a la misma ciudad en la que nosotros estamos, somos incapaces de encontrar cinco minutos para verle. 
La relación humana se sustituye por el contacto digital. Y los seres humanos, como dice el gran José Romero, nos encontramos cada vez más solos rodeados de gente.
En tercer lugar, la imaginación. La tecnología hace que siempre encontremos disponible las ideas de otros para aplicarlas. Ya no pensamos en un juego de cartas, buscamos en google "lista de juegos de cartas" y elegimos uno. Ya no descubrimos paisajes, sino que preguntamos a los internautas qué sitios podemos ir a conocer. Ya no inventamos chistes, ni contamos historias, ni revivimos mediante la descripción las anécdotas. Todo se graba y todo se muestra, y nuestro mundo de internet se llena de todo tipo de datos mientras nuestro disco duro cerebral queda cada vez más vacío. Para que pensar en algo en lo que ya ha pensado alguien. Se sufre así una involución de la diversidad, una homogeneización de la vida global que acaba con lo genuino, lo único, acaba, en palabras de Walter Benjamin, con el aura.
Por último, y no menos importante, desaparece poco a poco también las habilidades mecánicas: la fuerza, la destreza, el uso de herramientas, el aprendizaje de los mayores, la trasmisión generacional de conocimientos, la forma singular de hacer las cosas en cada territorio, en definitiva, se pierde en parte la capacidad humana de producción como creación, y la tradición y la cultura que de ella surgen.
En fin, nuestras generaciones seremos más avanzados tecnológicamente, pero nuestros abuelos sabían arreglar una tubería, hacer chorizos, criar animales, plantar la tierra, construir o arreglar sus pertenencias. 
No sé que nos deparará el futuro, pero lo que sí se es que como ser humano, nunca podré medirme con la generación de mis abuelos, gente de posguerra que supo salir adelante, en una época donde la vida era intrínseca a la calle, y donde la capacidad humana no había sucumbido a la tecnología.

Y para cerrar esta entrada tan reaccionaria, aquí está una foto de uno de los grandes artistas de la historia, uno de esos hombres que no han vuelto a existir, pese a que los medios tecnológicos son cada vez mayores, parece que la llama de los medios humanos se ha consumido.



Comentarios

  1. Hace falta ser auténticamente reaccionarios cuando nuestra época nos lo exige. Efectivamente, los nuevos medios técnicos no son nunca un mero medio: estoy convencido de que no existe herramienta neutral. Estos fines implícitos, que muy bien saben disfrazar los comerciales, se muestran en las peculiaridades que las nuevas tecnologías imprimen sobre las generaciones que no han sabido vivir sin ellas, y que agudamente has enumerado.
    Y cuando todos estos adminículos absurdos ya parecen, como dices, formar parte del cuerpo: ¿Desde dónde podrán resistir aquellos que no contemplan la negativa a este dogma de la innovación tecnológica?
    Por eso hace falta, en este caso, la reacción, y en eso estamos.

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